La licuefación se produce generalmente durante los terremotos. Lamentablemente muchos ingenieros estructuristas pasan por alto este concepto y se sufren las consecuencias.
La normativa sismorresistente obliga a analizar la posibilidad de licuación "cuando el terreno de cimentación contenga en los primeros 20 m bajo la superficie del terreno, capas o lentejones de arenas sueltas situadas, total o parcialmente, bajo el nivel freático". Además, "si se concluye que es probable que el terrreno licue en el terremoto de cálculo, deberán evitarse las cimentaciones superficiales, a menos que se adopten medidas de mejora del tereno para prevenir la licuación. Análogamente, en las cimentaciones profundas, las puntas de los pilotes deberán llevarse hasta suficiente profundidad bajo las capas licuables, para que pueda desarrollarse en esa parte la necesaria resistencia al hundimiento".
Para comprobar si el terreno puede licuar la norma incluye en sus comentarios un método basado en la comparación de la resistencia a la licuación del terreno [RL] frente a la tensión tangencial horizontal equivalente al terremoto [tE].
La licuefacción, no solo daña a las construcciones, también afecta a los terrenos sembrados, tal como sucedió en el pasado terremoto del 4 de Abril del 2010 en la ciudad de Mexicali, Baja California en México, cuya intensidad de 7.1 produjo estragos en los sembradíos debido a la liberación de sales que se expandieron provocando pérdidas en los cultivos.
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